Decía ayer que la historia del alfabeto podría resultar árida a los no filólogos. En realidad, no fui exacto. Se podría decir que también para los filólogos es un tema si no árido, sí al menos extraño a su formación o a sus intereses. ¿Por qué? Porque los filólogos estudiamos fundamentalmente la lengua y la literatura de un pueblo y, marginalmente, algunas disciplinas que se consideran necesarias para comprenderlas, por ejemplo, la Mitología. Puedo decir que en la Universidad de Sevilla, donde estudié, esta materia ni siquiera era obligatoria. Y desde luego, nada de epigrafía, arqueología, paleografía o codicología, y muy poco de Historia (y aún así, optativa).
La consecuencia de esta formación deficitaria y defectuosa es la de siempre: se produce un divorcio entre el filólogo y el arqueólogo, entre el filólogo y el historiador, cisma del que también son responsables los curricula de las carreras estudiadas por esos otros especialistas. Un filólogo se pierde en cuanto se adentra en un manual de Arqueología, un arqueólogo no llega a comprender la inscripción del ánfora que tiene en sus manos y un historiador se queda en la superficie de un relato al no poder entender la lengua original de la fuente que maneja. Etcétera.
Fui especialmente consciente de esta situación el pasado verano, cuando en los museos de Europa, y especialmente en los de Grecia, los vigilantes, directores y demás miembros del personal me hacían siempre la misma pregunta: "¿Eres arqueólogo?" Por ejemplo, en el Museo Arqueológico de Corinto estuve buscando durante un buen rato este arýballos (frasco para el perfume):
Como era tan pequeño, no lo pude encontrar. Le pregunté a una de las vigilantes, que muy amablemente se puso a buscar conmigo, y como tampoco ella dio con el objeto, me condujo hasta el exterior del museo, donde preguntó a una arqueóloga. Las dos me preguntaron si yo era arqueólogo. Les respondí que no, que me interesaba ese objeto porque contenía una importante inscripción arcaica en estilo boustróphedon (con cambio en la dirección de la escritura):
Cuando le decía el texto de la inscripción, pronunciándoselo a la manera del griego moderno, ponía cara de estar oyendo algo parecido al chino. Sólo cuando le enseñé una fotografía que tenía en el portátil, cayó en la cuenta y pudo conducirme hasta la vitrina que contenía tan anhelada joya arqueológica, epigráfica, histórica... y filológica:
La consecuencia directa de todo esto es que ni unos ni otros acometen un estudio integral de cuestiones como el origen del alfabeto. Lo más que puedes encontrar es una masa de materiales inconexos, incompletos, confusos, anquilosados y, desde el punto de vista visual, paupérrimos. Uno se queda con las ganas de profundizar, pero siempre en los mismos puntos ve con impotencia cómo el flujo de datos se detiene de manera abrupta. Y acabas diciendo: "Me parece que ni él mismo lo estaba entendiendo y por eso lo ha dejado así."
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